ANÁLISIS | La razón por la que el Giro de Italia es la carrera más bella del mundo

Ciclismo
jueves, 08 mayo 2025 en 22:00
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Este viernes 9 de mayo comienza nuevamente el Giro de Italia, y con él retorna un ritual nacional con más de un siglo de historia. Pero la Corsa Rosa no es solo una cita deportiva: es un fenómeno cultural, un emblema del orgullo italiano y un escenario donde se han forjado relatos de coraje y grandeza que han fascinado al mundo.
En un pequeño pueblo del recorrido, pueden verse niños agitando banderas y ancianos recordando a ídolos del pasado, todos unidos por la pasión de la Corsa Rosa. Durante tres semanas, los tifosi abarrotarán las calles empedradas de las aldeas y los puertos alpinos, alentando como si cada pedalada llevara consigo el alma de la nación.

Orígenes de la Corsa Rosa

El Giro nació en 1909, fruto de una idea audaz surgida en las páginas del diario deportivo italiano La Gazzetta dello Sport. Inspirados por el éxito temprano del Tour de Francia, los editores del periódico buscaron aumentar su tirada organizando una gran carrera ciclista por todo el país. Desde sus inicios, el evento quedó vinculado a la identidad del diario, impreso en papel rosado. En 1931, los organizadores introdujeron una innovación para distinguir al líder: la maglia rosa.
El color rendía homenaje a las páginas del periódico, y el maillot se transformó rápidamente en símbolo de prestigio y ambición. Salvo por las interrupciones durante las dos guerras mundiales, el Giro se ha celebrado cada año desde entonces. A mediados del siglo XX, el pelotón pasó de estar formado por ciclistas locales a contar con una participación internacional, y el trazado se volvió más desafiante. Se ampliaron distancias, etapas y altitudes, en un intento por explorar los límites de la resistencia humana. Desde sus humildes comienzos promocionales, la carrera ha evolucionado hasta convertirse en una de las tres Grandes Vueltas, considerada por muchos aficionados como la más apasionante.

El orgullo de una nación

En Italia, el Giro es una auténtica institución que cada primavera une a ciudadanos de todos los rincones en una devoción común. En los pueblos montañosos, las familias madrugan y caminan largas distancias para reservar un buen lugar, convirtiendo cada etapa en una celebración que dura todo el día. Desde los Alpes hasta Sicilia, la carrera ofrece un ambiente festivo que las cámaras no logran captar por completo: hay que vivirlo, rodeado de banderas ondeantes y gritos ensordecedores, para sentir su intensidad. Durante décadas, ha sido fuente de identidad colectiva.
Como cuando juega la selección nacional de fútbol, el país entero se detiene para seguir el Giro, incluso quienes no son aficionados habituales al ciclismo. Su impacto cultural está profundamente entrelazado con la historia italiana. En los años posteriores a la guerra, por ejemplo, la carrera ofreció un símbolo de esperanza y unidad para una nación en proceso de reconstrucción. La edición de 1946 fue la primera tras el conflicto bélico, recorriendo una Italia aún marcada por la devastación, pero unida en torno a una competencia que devolvía un sentido de normalidad.

Montañas, sufrimiento y epopeyas

Si la pasión italiana es el corazón del Giro, las montañas son su esencia. La carrera es célebre —y temida— por sus míticas subidas, exigentes ascensos que han generado los momentos más memorables del ciclismo. La leyenda se ha escrito con esfuerzo y lágrimas en rutas como el Stelvio, Gavia, Mortirolo y el implacable Monte Zoncolan. Para conquistar el Giro, un ciclista debe enfrentarse a la furia de estas cumbres y al cambiante clima de mayo.
Una de las jornadas más míticas ocurrió en 1956, en el Monte Bondone. Ese año, una nevada envolvió la montaña, transformando la etapa en una escena de épica resistencia. El luxemburgués Charly Gaul, escalador menudo, partía con más de 16 minutos de desventaja. Mientras otros abandonaban por hipotermia, Gaul prosiguió bajo la tormenta. Ascendió en solitario, en la oscuridad helada, calentando sus manos con brandy que le ofrecían los aficionados. Ganó con casi ocho minutos de ventaja, recuperó el tiempo perdido y se adueñó de la maglia rosa. En 1988, otra ventisca hizo historia. La etapa 14 incluía el Passo di Gavia, convertido en un infierno blanco. Las temperaturas cayeron bajo cero y la carretera desapareció bajo la nieve.
Ciclistas lloraban o se refugiaban en coches, pero Andy Hampsten continuó, con hielo en las gafas y entumecido. Alcanzó la cima casi solo. Aunque Erik Breukink ganó la etapa, Hampsten obtuvo el liderato y, eventualmente, la victoria, siendo el primer estadounidense en lograrlo. El Giro también ha visto desmoronamientos dramáticos, como en la etapa 19 de 2018. En lo que muchos describen como "el día más extraordinario del Giro", Chris Froome atacó en solitario durante 80 kilómetros por la grava del Colle delle Finestre. Remontó tres minutos de desventaja y dejó a sus rivales sin respuesta. Simon Yates, entonces líder, colapsó perdiendo media hora. La apuesta de Froome lo consagró con una de las mayores gestas de la historia.

Rivalidades inmortales

Más allá de las hazañas individuales, el Giro ha sido el escenario de rivalidades memorables y héroes inmortales. Su época dorada, entre los años 40 y 50, estuvo marcada por el duelo entre Fausto Coppi y Gino Bartali. Coppi, estilizado y moderno; Bartali, tenaz y religioso. Eran polos opuestos y dividían al país, pero juntos inspiraron a una Italia golpeada por la guerra. Una etapa legendaria fue la Cuneo-Pinerolo de 1949: 254 km y cinco subidas. Coppi atacó temprano y recorrió en solitario 190 km. El narrador Mario Ferretti pronunció la frase ya mítica: "Un uomo solo è al comando, la sua maglia è biancoceleste, il suo nome è Fausto Coppi!" Ganó con más de once minutos de ventaja; Bartali fue segundo.
Coppi triunfó en ese Giro, y su gesta sigue viva en la memoria popular. Décadas más tarde llegó Marco Pantani, ídolo de los años 90. Apodado El Pirata, su estilo explosivo en las montañas evocaba tiempos heroicos. En 1998, logró el doblete Giro-Tour, algo que solo volvió a conseguir Tadej Pogacar en 2024. La tragedia marcó su final. En 1999, liderando cómodamente, fue expulsado por un análisis anómalo. Nunca se demostró consumo de EPO, pero el escándalo lo hundió. Murió en 2004. Hoy, en muchas subidas, su nombre sigue escrito en las rocas. Su historia resume la intensidad emocional del Giro.

Un legado eterno

La 108ª edición del Giro de Italia emprende su recorrido con todo el peso de su pasado y la ilusión de lo que está por venir. Cada generación añade un nuevo capítulo. En los últimos años, hemos visto victorias inolvidables, como la remontada de Vincenzo Nibali en 2016 o el cuento de hadas de Tao Geoghegan Hart en 2020. Pero, ¿quién será el próximo en vestirse de rosa? En todo el planeta, el Giro ha conquistado audiencias. Puede que sea más joven que el Tour de Francia, pero para muchos es el más hermoso y sorprendente. No tiene el mismo peso comercial ni la fama internacional, pero tal vez ahí radique su encanto. Los corredores hablan de su ambiente único: la cercanía del público, la atmósfera más relajada y el profundo respeto por la historia. La maglia rosa no representa solo el liderazgo; simboliza una conexión con Coppi, Merckx, Hinault, Indurain y ahora Pogacar. Pregunte a cualquier italiano y le dirá que el alma del Giro está en la pasión. En los gritos de “¡Vai, vai!” al borde de la carretera, en las lágrimas del podio y en la foto que cuelga en el bar del pueblo que recibió al pelotón. El Giro emociona, sacude, transforma. Celebra la belleza áspera del territorio y el esfuerzo humano. Nos recuerda que el sufrimiento puede ser poético y la victoria, profundamente humana.
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