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Bradley Wiggins afirma que sigue considerando su oro olímpico de Londres 2012 como el momento decisivo de su carrera: no París, no los podios de amarillo, sino el día en que convirtió una ruta de escape de su infancia en una de las escenas más icónicas del deporte británico.
Una década después de su retirada, el primer ganador británico del Tour de Francia se sentó con 
TalkSport para reflexionar sobre el control de la cuerda floja que exigen las etapas más importantes del ciclismo, y el trabajo más tranquilo y menos glamuroso que sigue cuando desaparece la línea de meta.
Wiggins describió aquella contrarreloj olímpica como el día en que todo se alineó y lo expresó con claridad absoluta: "Londres 2012 siempre será mi momento decisivo. Ganarla diez días después de ganar el Tour de Francia y volver a Londres... Crecí a tres kilómetros de aquí, en Kilburn".
Incluso ahora, lo más destacado para él no es la medalla, sino la historia de origen: un niño en licra a principios de los 90 en una urbanización del oeste de Londres imaginando el mundo por el que algún día pasearía. Como él mismo recuerda, "Para mí, el ciclismo era escapismo, y aquel día hacía 20 años que intentaba salir de una urbanización en licra".
Disciplina, no glamour
El Tour de Francia, subrayó, no es glamour, sino disciplina, peso y aritmética medidos a lo largo de 21 días. Wiggins lo definió más como un cálculo que como un espectáculo, señalando que cada gramo cuenta y que cualquier error se paga: "En el Tour corres por montañas durante una hora cada vez. Si pesas un kilo más de lo normal... en cada subida de una hora durante tres semanas equivaldrá a minutos. Hay tantas cosas que pueden salir mal —enfermarte, caerte, pinchar— y tienes otros ocho compañeros de equipo que lo hacen posible".
En Londres 2012, incluso con una nación esperando que cumpliera, se aisló de la emoción y lo llevó todo a un plano puramente técnico. Así explicó su enfoque en carrera: "No consideramos los 50 minutos en su totalidad, sino que los dividimos en secciones. Primero 13 kilómetros, luego el siguiente, luego el siguiente. Le quitas toda la emoción. Cuando oyes los controles de tiempo —'te faltan 20 segundos, 25 segundos'— no piensas 'voy a ganar el oro olímpico aquí'. Simplemente lo ejecutas".
Junto al proceso había un entorno que definió una generación de deportistas británicos. Wiggins recordó la dimensión colectiva de aquel éxito, poniendo el foco en la estructura y la inversión en talento nacional: "Teníamos una gran cosecha: grandes atletas, grandes entrenadores, una mentalidad ganadora. La financiación de la lotería permitió a los atletas entrenarse a tiempo completo, y el velódromo de Manchester se convirtió en un centro de excelencia. De ahí surgió".
Bradley Wiggins es uno de los mejores ciclistas de su generación
La retirada y la búsqueda de identidad
La retirada, admitió, no trajo paz inmediata. En lugar de aliviar la presión, borró el marco que le había dado estructura. Wiggins habló sin filtros de esa transición y del personaje que había construido para sobrevivir en la élite: "Bradley no era suficiente... Creé una percepción de mí misma. Interpreté un personaje y me escondí bajo este velo. Nunca encontré algo que me diera el mismo escapismo de mi pasado y mis demonios. A los tres años de jubilarme, era drogadicto. Era un adicto funcional en muchos sentidos: iba a trabajar y lo superaba, pero en cuanto acababa el trabajo me aislaba".
Ahora ve la misma mentalidad que le hizo ganar Tours y oros impulsando su vida diaria con otro propósito: "Sigo entrenando todos los días como un atleta profesional: es lo único que me ha servido en la vida. El entrenamiento del día es la prioridad, y todo gira en torno a él".
Sin embargo, el ciclismo ya no define su identidad, sino que actúa como herramienta. Las actuaciones son pasado; la reconstrucción personal continúa. Wiggins afronta sus luces y sombras sin esconder ninguna de las dos partes: "Si voy a hablar de mis éxitos, también hablo de mis fracasos... Estoy agradecido por la mano que me tocó, porque no sería la persona que soy hoy".
Lo que antes se sentía como presión, ahora se transforma en conexión humana. El reconocimiento de los aficionados, antaño incómodo, lo vive con gratitud: "La gente viene todos los días y me dice lo que recuerda, una carrera o un momento determinado, y yo se lo agradezco, porque significa mucho. De verdad que sí".
Una década después de Londres, los vatios y las medallas han quedado en los archivos de la historia. Lo que importa ahora, sugiere Wiggins, es presentarse en la vida como lo hizo en la bicicleta: con constancia, sinceridad y sin máscaras. Para él, ese es el verdadero legado.