Uno es prisionero de su época, de su memoria, de sus recuerdos e, incluso, de lo que cree recordar aunque nunca existiera. La romantización del pasado es una realidad. No es criticable ni admirable. Es lo que hay.
Nací en 1984 e idolatro a
Perico Delgado imagino que por lo que le oía a mi padre, a la radio (a pesar de que le di a García hasta que se esfumó en 2001 por la puerta de atrás) y a la tele (escribí un poema sobre
el fallecimiento de Pedro González con el único verso del que siento cierto orgullo adolescente -
'Freire fue tu último gran aliento'). Pero nunca vi brillar a Perico. Lo romanticé sin verlo ganar como romanticé en mi memoria a Johan Cruyff sin verlo jugar. Pero es que la estética tiene su punto. Y esas imágenes de Perico demarrando desde el final del grupo de favoritos, su época en Reynolds con la cinta en la cabeza. En fin,
4 Tour menos que Miguel Induráin, pero hay cosas que atraen más. Por lo que sea. Como digo, nací en el 84 y mis primeros recuerdos con el deporte son muy vivos. Esos colores de la Holanda de los Koeman, Van Basten y compañía; ese verdinegro del Joventut en la Euroliga (o Copa de Europa); y ese maillot sin gracia de Banesto. Sí, porque negar que con 7 u 8 años, en el año 92 ó 93, Induráin no es clave en tu vida si te gusta el deporte, es mentir.
Careto de Induráin en el corcho de tu habitación
En el corcho de la pared de mi habitación tuve durante más de dos décadas colgado su careto en un trozo de cartón que imagino le dieron a mi padre en alguna oficina de Banesto (antes de que Mario Conde se lo llevase calentito). Y, volviendo a la estética, recuerdo a la perfección la melena al viento de Berzin y el pañuelo en la cabeza de Pantani en aquella Corsa Rosa (no lo tenía, lo sé, enseñaba loncha en el aburrido maillot del Carrera, pero yo recuerdo lo que quiero) en la que Miguelón se hizo humano. Esos son mis primeras memorias ciclistas. Supongo que verlo perder teniendo en cuenta que ganaba siempre me sorprendió tanto que aún tengo su imagen sufriendo en la cabeza.
No vale ver una foto ahora de
Yevgueni Berzin y Marco Pantani para poder sentir lo mismo que un niño de 8 años sentía al ver a Miguelón retorciéndose subiendo qué sabía yo qué
salita del cazzo. La melena de Berzin, la maglia rosa, ¡qué combinación!. Y es que, todo sea dicho,
lo del casco está muy bien por seguridad, pero a nivel estético es una tragedia. La estética no sólo tiene que ver con lo que vemos. Ahora supongo que sí porque vivimos completamente atrapados en lo visual. Pero la estética que añoro tiene mucho que ver también con la imaginación. Viajé con mis padres a Galicia y Asturias algún verano de aquellos años en los que Miguel dominaba y recuerdo escuchar las etapas del Tour en el coche.
Ese Ford Orion Guia con alerón (FOGA) y elevalunas eléctricas (qué pasada en comparación con el Seat 127 anterior) sonaba de maravilla y en la radio te lo contaban todo. Recuerdo disfrutar de alguna etapa en algún bar con mi madre comiendo percebes y yo viendo a aquellos héroes retorciéndose en algún puerto. No puedo describir lo que veía. Ni en qué contexto. Pero sí puedo emocionarme aún sintiendo esas carreteras estrechas, esos colores vivos en los maillots. Ese rosa de la ONCE, esos puntos rojos, ese verde Abduzhaparov, ese rollo noventero...
Duele ver perder a Escartín frente a Olano
Lo de la ONCE y Kelme era otro rollo. Como digo, Miguelón y Banesto estaban muy bien, pero tras su retirada supongo que por un sentimiento estético y moral (no apoyar al Madrid o Barça de turno cuando eres de Cádiz) tenías que ir con los otros equipos españoles. El amarillo (o rosa en el Tour) de
la ONCE unidas a la clase de Jalabert, las gafitas de Zulle o la pinta de agricultor que podía estar en el campo recogiendo algodón con mi abuelo de Manolo Saiz eran otro nivel. También
el retorcerse de Fernando Escartín con aquel blanquiverde-Kelme más bonito que el del Betis que te hacía perder el sentido. Qué manera de retorcerse. Qué manera de no ganar. Así sí. Ver perder a Escartín con Olano es de las cosas más duras que he sufrido en la vida (no me va mal).
Eso sí. Nada comparado con Pantani en aquellos momentos. Nada. Estéticamente hablando Ullrich y Riis con el rosa de Telekom y sus físicos epo-ados como la época exigía hacían que fueran los malos de la película perfectos. El rojo y amarillo del Polti del medicore Luc Leblanc daban mucho juego, así como el naranja de los gigantones del Rabobank o el rojo (qué maravilla) del Saeco de Cipollini. Pero nada como el amarillo del Mercatone y el pañuelo de Pantani. Nada. Sinceramente pienso que si el Chava Jiménez hubiera lucido otro estilo capilar y otro maillot diferente al aburrido Banesto su leyenda sería aún más grande. Lo de Pantani era otro rollo. En el 98 y el 99 yo tenía 14-15 años. Su forma de correr y su aspecto físico no tenían parangón.
Adiós, estética, adiós
Luego llegó Armstrong y se lo cargó todo. Siempre hablo de estética. El azul de US Postal no ofrecía nada. Los rivales se iban cayendo y, salvo el año de Ullrich con el verde-azul ese tan bonito del Bianchi, poco que decir.
Ya el naranja del Euskaltel era diferente al del Rabobank. Esa es la clave supongo. Que pasan los años, pasas de la infancia a la adolescencia, y ya nada se ve igual. Evidentemente desde este punto de vista poco que destacar después. Los clásicos se fueron yendo. Y, claro, uno va cumpliendo años y en vez de admirar lo presente empieza a mirar más atrás y a pensar que qué bonito era
el maillot del KAS.
De la estética actual, por supuesto, mejor no decir nada. Ni de los cascos de contrarreloj, ni de los maillot modernitos, ni del flequillo de
Tadej Pogacar saliendo por encima de su casco. El ciclismo sigue siendo maravilloso. Evolucionado a otra cosa, pero igualmente maravilloso como lo ha sido siempre. Pero donde se ponga un Marino Lejarreta con su maillot de la ONCE de 1991 que se quite todo lo demás....
Ese pelito de Pogacar saliendo no nos gusta. Ni hablar de Vingegaard