En una carrera donde los héroes suelen alzar los brazos bajo la gloria del podio, Joe Pidcock escribió una historia diferente en la París-Roubaix 2024. Una historia de obstinación, de resistencia absoluta, de cruzar la línea de meta no por un puesto, sino por honor. Fue el último. Llegó 53 minutos y 40 segundos después del vencedor, Mathieu van der Poel. Y sin embargo, su llegada al velódromo fue tan significativa como la del primero.
Con tan solo 23 años y representando al Q36.5 Pro Cycling Team, Pidcock sabía que no estaba en su mejor forma física. Pero también sabía que en Roubaix, terminar ya es una forma de vencer. "No llegué con la mejor forma, pero tenía que terminar", confesó a Cycling Weekly. "No importaba cuánto tardara. Pensaba que estaría oscuro cuando llegara".
Descolgado temprano del pelotón, Pidcock enfrentó la brutalidad del pavé en solitario durante casi la mitad de la carrera. Cada piedra, cada kilómetro, era una pregunta para sus piernas y su espíritu. Y aún así, siguió pedaleando. “Estuve a punto de caerme tres veces seguidas antes de los adoquines. Cuando Van Aert se estrelló, estaba tan cerca que creo que me tocó. Después de eso, ya no tenía piernas... pero tampoco tenía intención de abandonar”.
Pidcock lo entendía. La París-Roubaix es un rito, un monstruo que no todos tienen el privilegio de enfrentar. Para él, terminarla era un acto de respeto a la historia del ciclismo y a quienes no pudieron estar. “Es posible que no vuelva a correr aquí. M mucha gente no tiene la oportunidad de vivir algo así. La gente quiere terminar esta carrera más que muchas otras”.
Aunque gran parte del día fue silencio y esfuerzo, hubo momentos que se quedarán grabados en su memoria, como el paso por el mítico Bosque de Arenberg, donde el rugido del público, aunque menguado al final del pelotón, seguía vivo. “Estaba emocionado. No estoy aquí por mis piernas, sino porque algunos se cayeron y no pudieron venir. Arenberg fue increíble. Aun cuando todo el mundo ya se iba a casa... aún quedaba ruido en los muros”.