Probablemente, a estas alturas, muchos ya estén cansados de escuchar el nombre de
Tadej Pogacar. Su temporada 2025 fue, sencillamente, extraordinaria. ¿Mejor que la de 2024? Tal vez. ¿Suficiente para proclamarlo como el mejor ciclista de todos los tiempos? Posiblemente. Pero hoy no se trata de eso. Este
análisis aborda una pregunta diferente, una que coloca el nombre de Pogacar bajo una luz menos habitual: no la del triunfo, sino la del tropiezo.
Porque incluso el más grande tiene días en los que el cuerpo no responde, el destino se cruza o la suerte se desvanece. Y en el caso de Pogacar, esos momentos fueron tan escasos que resultaron casi exóticos. Tres carreras en las que el campeón del mundo mostró, aunque solo por un instante, que sigue siendo humano.
1. Kigali: el día en que Evenepoel le adelantó
La contrarreloj de 40,6 kilómetros del Campeonato
Mundial de Ciclismo en Kigali (Ruanda) estaba llamada a ser un duelo épico entre dos titanes modernos: Remco Evenepoel y Tadej Pogacar. Los expertos auguraban una batalla milimétrica, incluso algunos apostaban por el esloveno como posible ganador. Pero lo que ocurrió en el asfalto africano fue, en cambio, una lección de dominio absoluto del belga.
Desde el primer punto de control, Evenepoel dejó claro que corría en otra dimensión. Al paso por el primer cronometraje, el campeón olímpico ya era casi un minuto más rápido que Pogacar. Y entonces sucedió algo que muy pocos habían visto antes: Evenepoel alcanzó y adelantó físicamente al campeón del mundo en plena carretera. Una imagen impactante, casi humillante, si se considera la trayectoria impecable del esloveno.
El belga se coronó con su tercer título mundial consecutivo de contrarreloj, mientras Pogacar cruzaba la meta en cuarta posición, a 2 minutos y 37 segundos. Para un corredor acostumbrado a dictar las reglas de la competición, aquella fue una experiencia incómoda, casi desconcertante.
Sin embargo, Pogacar reaccionó como lo hacen los verdaderos campeones: con una sonrisa de derrota contenida y un fuego encendido por dentro. Una semana después, en la prueba en ruta, se vengó con una actuación sublime. Pero Kigali dejó claro que, fuera de las contrarrelojes de montaña propias de las grandes vueltas, Pogacar aún no domina el arte puro del cronómetro. En ese terreno, los especialistas siguen teniendo la última palabra.
2. El susto del Tour: el campeón en el suelo
Los accidentes no entienden de palmarés, y el
Tour de Francia de 2025 lo demostró con crudeza. Durante la undécima etapa, a solo cuatro kilómetros de meta, el maillot amarillo sufrió un momento de pánico colectivo. En plena bajada rápida, Pogacar se vio involucrado en un toque de rueda dentro del pelotón, cayendo violentamente sobre el asfalto.
Durante unos segundos, el mundo del ciclismo contuvo la respiración. El líder de la carrera, la joya más brillante del deporte, yacía en el suelo, con su casco golpeado y el maillot roto. ¿Podría continuar? ¿Había terminado ahí su Tour?
Tadej Pogacar terminó conquistando su cuarto Tour de Francia
La respuesta llegó en cuestión de segundos. Pogacar, inquebrantable, se levantó, revisó su bicicleta y volvió a montar con la serenidad de quien conoce el peligro pero no le teme. El pelotón, en un gesto de respeto, redujo el ritmo hasta que el líder se reincorporó. Pese al susto, completó la etapa ileso y mantuvo el liderato.
Fue un recordatorio contundente de lo frágil que puede ser incluso la grandeza. Por un instante, la posibilidad de una temporada histórica pendió de un hilo. Y, aun así, Pogacar demostró una vez más su fortaleza mental y su sangre fría, cualidades tan esenciales como sus piernas para dominar este deporte.
3. Roubaix: la caída del arcoíris
El experimento de Roubaix era uno de los más esperados del año. ¿Podría el ciclista más completo de la actualidad conquistar la clásica más brutal del calendario? El debut de Pogacar en
París-Roubaix atrajo la atención de todo el mundo ciclista, y durante gran parte de la jornada, el esloveno estuvo a la altura del mito.
Sobre los legendarios adoquines, el maillot arco iris flotaba entre el polvo, trazando líneas perfectas, equilibrando fuerza y elegancia como si hubiese corrido allí toda su vida. En los tramos más duros, dueló de tú a tú con Mathieu van der Poel, intercambiando ataques en una batalla que parecía destinada a decidirse en los últimos kilómetros.
Pero el destino tenía otros planes. A 30 kilómetros de meta, mientras ambos se disputaban la posición en un sector adoquinado, la rueda trasera de Pogacar patinó. El esloveno perdió el control y se estrelló contra el suelo, en una caída violenta que detuvo en seco su impulso.
Magullado y ensangrentado, se levantó, ajustó su bicicleta y siguió adelante. Contra todo pronóstico, cruzó la meta en segunda posición, un resultado extraordinario dada la magnitud del accidente y el hecho de que era su primera participación en Roubaix. Van der Poel se marchó en solitario hacia la victoria, pero Pogacar demostró un coraje que trascendió la derrota.
Para él, aquella carrera fue más que una caída: un asunto pendiente. Su sueño de conquistar los adoquines más duros del mundo sigue vivo, y nadie duda de que volverá a intentarlo. En Roubaix, el campeón del mundo aprendió que incluso el polvo y el caos pueden tener su propio tipo de gloria.