Al llegar el verano de 2012,
Lizzie Deignan era una estrella en ciernes. La corredora, que entonces tenía 23 años, ya había ganado la primera edición de la Gante-Wevelgem femenina y empezaba a hablarse de ella como una futura especialista de un día del más alto nivel. Sin embargo, Deignan cuenta a Cycling Weekly que, al llegar a los
Juegos Olímpicos, llegó a cuestionarse su derecho a estar allí.
Esa sensación sólo la abandonó cuando se colgó la medalla de plata en la prueba en ruta. "Me cambió porque significó que ya no tenía el síndrome del impostor de intentar ser una atleta profesional que intentaba alcanzar un sueño", dice Deignan al rememorar sus recuerdos de aquel importante día.
"Creo que la medalla de plata en la carrera en ruta fue una especie de justificación masiva, supongo", explica. "¿Cuál es la palabra que busco? Significa que tomé la decisión correcta. Y también significaba que el potencial que creía que tenía en la carretera era real. Tenía el potencial para estar allí en el día más difícil, en el día más importante de unos Juegos Olímpicos en casa, compitiendo con los mejores del mundo, y la medalla de plata me pareció oro".
"El público nos aclamaba. Era como un eterno túnel de ruido", añade. "Fue la experiencia más espectacular que he vivido en una carrera ciclista. Sí, delante del público local, pero específicamente en unos Juegos Olímpicos, donde estás en una escapada de tres y sabes que estás corriendo hacia una medalla".