Bradley Wiggins fue en su día uno de los mejores ciclistas del mundo. Ganó el Tour de Francia en 2012, varias vueltas por etapas importantes, campeón olímpico y del mundo de contrarreloj, y también cuenta con numerosas medallas en pista. Pero desde su retirada, ha pasado por lados muy oscuros en su vida. Parece estar en una situación financiera muy complicada y, recientemente, ha confesado la relación de amor-odio que tiene con el deporte de la bicicleta.
Su éxito y su personaje hicieron a Wiggins enormemente popular en Gran Bretaña, pero también intensificaron su relación con este deporte. "Siempre he estado cerca del ciclismo, y por mucho que he intentado alejarlo en el pasado, me he dado cuenta de que siempre va a estar ahí", declaró Wiggins a
Cycling Weekly.
"Te enamoras y desenamoras de las cosas, o tienes suficiente, o a veces se convierte en una obsesión, como me pasó a mí", dice sobre el ciclismo. Tras un periodo en el que ni siquiera veía las carreras, dice que ahora ha encontrado "un equilibrio feliz".
Pero durante sus días de gloria, a Wiggins le costó mucho encontrar su identidad como estrella (no sólo del ciclismo). "Tenía una confianza extrema sobre la bicicleta, pero fuera de ella, cuando miro atrás, a veces era bastante conflictivo. Era bastante grosero y podía ser frío y caliente algunos días. Y sobre todo el velo que adopté cuando era esta estrella del rock and roll en 2012, la bebida y esas cosas... era una forma de esconderme en público para disimular y distraer de quién era realmente", explicó.
"Me quedé atrapado en mi pequeño mundo", admitió Wiggins, pero ahora entiende que el cariño del público ciclista es útil. "El ciclismo forma parte de mi esencia y no quiero etiquetarlo como amor o no amor. Poco a poco estoy volviendo... Es algo que he vuelto a abrazar, pero no me ha enamorado... Todavía lo mantengo a distancia".