Hoy se disputa la Gante-Wevelgem, una de las clásicas más queridas del calendario belga de primavera. Esta prueba combina el dramatismo del ciclismo con una profunda carga histórica. Celebrada por primera vez en 1934, suele tener lugar el último domingo de marzo, una semana antes del Tour de Flandes.
Artículo original de Fin Mayor
Aunque a menudo se la considera una "clásica para sprinters" debido a su final llano, Gante-Wevelgem ha desmentido esa reputación en numerosas ocasiones. Sus condiciones impredecibles, sus exigentes subidas adoquinadas y los tramos expuestos al viento convierten la carrera en un desafío táctico donde la resistencia juega un papel clave.
Lo que distingue a esta prueba es su trasfondo geográfico y emocional. El recorrido atraviesa los antiguos campos de batalla de la Primera Guerra Mundial en Flandes Occidental, pasando bajo la Puerta de Menin en Ypres, un solemne monumento a los soldados caídos. Además, los ciclistas deben afrontar ascensiones como la del Kemmelberg, un muro con rampas de hasta el 23%. Estas carreteras, marcadas por la historia y a menudo castigadas por la lluvia y el viento, transforman la carrera en una auténtica prueba de supervivencia, más allá de la simple lucha por el sprint.
Más allá del sufrimiento y la estrategia, Gante-Wevelgem tiene un fuerte simbolismo. Su nombre rinde homenaje al poema "In Flanders Fields", y desde 2012 acoge competiciones masculinas y femeninas el mismo día. Todos estos elementos hacen de esta prueba un evento tan emotivo como impredecible en términos tácticos.
A continuación, repasamos cinco ediciones, tanto masculinas como femeninas, que encapsulan la esencia de esta histórica clásica de un día.
La Gante-Wevelgem de 1977 rompió con todas las convenciones. Con 277 kilómetros, sigue siendo la edición más larga de la historia de la prueba. Aquel recorrido se adentró en las Ardenas flamencas, con once ascensiones, entre ellas el Koppenberg y dos pasos por el temible Kemmelberg. En lugar de ofrecer el típico desenlace para velocistas, la carrera se convirtió en una versión reducida y brutal del Tour de Flandes, dejando al pelotón en la mera lucha por la supervivencia.
En medio de ese caos, un joven Bernard Hinault, de 22 años, dejó su huella. Considerado entonces una promesa del ciclismo francés, lanzó un ataque desde un grupo de escapados y cruzó en solitario la meta en Wevelgem. Su victoria no solo fue una sorpresa, sino una declaración de intenciones.
Aquel triunfo demostró que Hinault no solo era capaz de dominar las grandes vueltas, sino que también podía imponerse en las exigentes clásicas adoquinadas del norte de Europa. Era inusual entonces (y lo sigue siendo ahora) que un aspirante al Tour de Francia conquistara Gante-Wevelgem. Su victoria subrayó el carácter impredecible de la carrera y la consolidó como una prueba de gran prestigio, al nivel de los Monumentos.
En 2012, la Gante-Wevelgem femenina hizo su debut en el calendario, un paso largamente esperado que quedó marcado por la brillante actuación de la británica Lizzie Armitstead (hoy Deignan).
A 40 kilómetros de la meta, Armitstead desafió al viento y se lanzó en solitario, resistiendo todos los intentos de persecución. En un recorrido diseñado para castigar la mala colocación y premiar la potencia en los abanicos, su valentía resultó decisiva. No solo logró una victoria espectacular, sino que aquella exhibición marcó el inicio de una temporada brillante, que culminó con la medalla de plata en los Juegos Olímpicos de Londres.
Además, aquella primera edición femenina reforzó la importancia del calendario de clásicas para mujeres. Su consolidación llevó a la prueba a formar parte del Women's WorldTour en 2016, garantizando su prestigio y continuidad.
Si alguna vez hubo una edición que desmintió la fama de carrera predecible para sprinters, fue la de 2015.
Ese año, la prueba se convirtió en una batalla de supervivencia contra los elementos. Fuertes vientos cruzados destrozaron el pelotón, y uno de los momentos más icónicos se produjo cuando una ráfaga levantó a Geraint Thomas de su bicicleta y lo arrojó a una zanja, una imagen que se volvió viral en aquella primavera.
Solo 39 de los casi 200 corredores lograron terminar la prueba. El resto sucumbió a las caídas, la fatiga o la inclemencia del viento. En ese contexto caótico, el veterano italiano Luca Paolini lanzó un ataque en solitario desde un grupo reducido a falta de seis kilómetros. Nadie pudo responder, y a sus 38 años, Paolini logró la mayor victoria de un día de su carrera.
Aquel 2015 dejó claro que Gante-Wevelgem no es solo un desfile para velocistas. En las condiciones adecuadas, puede ser tan despiadada como la París-Roubaix o el Tour de Flandes.
La edición femenina de ese año se disputó en condiciones igual de extremas. Mientras el pelotón se descomponía por la presión del viento y la lluvia, una joven Floortje Mackaij mantuvo la calma.
Con apenas 19 años y en su primera temporada profesional completa, Mackaij llegó a los kilómetros decisivos acompañada de su compañera Amy Pieters. A falta de tres kilómetros, atacó y no miró atrás. Su victoria en solitario, la primera de su carrera, fue una demostración de valentía y determinación.
Aquel triunfo sigue siendo recordado como uno de los momentos más icónicos de la prueba femenina, una prueba de que en el ciclismo, la audacia puede imponerse a la experiencia.
La edición masculina de 2022 marcó un hito, no solo en el ciclismo, sino en la historia del deporte. El eritreo Biniam Girmay se impuso a un selecto grupo de escapados y se convirtió en el primer ciclista africano en ganar una gran clásica de un día.
Con 21 años, Girmay protagonizó una carrera táctica de altísimo nivel. Se filtró en la selección final junto a Christophe Laporte, Jasper Stuyven y Dries Van Gestel. Con el pelotón acercándose peligrosamente, lanzó su sprint a falta de 250 metros, un movimiento arriesgado pero certero. Laporte intentó remontar, pero Girmay resistió y cruzó la meta en primera posición por media rueda.
Su victoria resonó mucho más allá de Bélgica, confirmando que las clásicas estaban dejando de ser un dominio exclusivo de europeos y norteamericanos. Más tarde, en esa misma temporada, Girmay consolidó su estatus al ganar una etapa del Giro de Italia, pero fue en Gante-Wevelgem donde se convirtió en una estrella mundial.
Más que un triunfo individual, su victoria simbolizó la evolución y diversidad del ciclismo. Girmay demostró que un joven africano podía no solo competir, sino imponerse en las carreras más exigentes del calendario.