Alejandro Valverde, un Mundial, mi vieja Orbea y un día inolvidable

Hoy hace 5 años que Alejandro Valverde ganó el Mundial de Innsbruck. Tengo que decir que tuve la suerte de presenciar la carrera en directo como aficionado y que subí la mañana del 30 de septiembre de 2018 el Patscherkofel con mi vieja Orbea.

El día amaneció precioso en el corazón de los Alpes austriacos y desde el primer momento me di cuenta de que la organización era perfecta. Había disfrutado de la prueba femenina el día antes por las calles de Innsbruck y ese día el cuerpo me pedía otro plan. Llegué a eso de las nueve de la mañana y pude aparcar sin problemas a unos 500 metros de la zona de boxes (no hay quien gane a los austriacos en organización).

Pude callejear por el recorrido, pasar por boxes y por la línea de meta por la que Alejandro Valverde alzaría los brazos horas más tarde. Insistido por Ana, mi pareja, me animé a a subir el Patscherkofel.

Ella lo haría andando poco a poco y yo en bici, luego bajaría y veríamos la carrera en el punto en el que ella hubiera llegado. Así, disfruté de una subida plagada de público, charlé en la cima con un par de madrileños y un par de vascos y nos situamos para seguir la prueba en un prado con pantalla de televisión (puede ver uno mejor una carrera en Austria en medio de una montaña que la Vuelta a España en la Castellana) y con un par de curvas que nos permitieron ver a los corredores pasar hasta en 9 ocasiones.

Alejandro Valverde, un Mundial, mi vieja Orbea y un día inolvidable
Prado en la subida a Patscherkofel en el Mundial de Innsbruck.

El día fue espectacular y una y otra vez pudimos difrutar del paso de los ciclistas siempre poniendo el foco en un Valverde que llevaba muy buena cara y en un Julian Alaphilippe que daba mucho miedo, pero que acabó explotando.

El momento del triunfo del murciano fue sencillamente sublime. Rodeado de italianos, neerlandeses, alemanes, austriacos, franceses... no había otro español en aquel prado estilo Heidi, pude gritar completamente enloquecido.

Luego, ya con el sol poco a poco escondiéndose, esperé pacientemente a que la cola del parking se aligerara para emprender las 6 horas de regreso a Bratislava, la ciudad en la que vivo. Reventado, pero con una felicidad inmensa que hoy, cinco años después de que ese murciano flaco nos hiciera tan felices, aún puedo sentir.

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Vista de Innsbruck desde la subida a Patscherkofel durante el Mundial de 2018.
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